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Competencia y solidaridad no se oponen [pasaje de «Jaime Guzmán: Su legado humano y político»]

En reciente carta a un matutino, el presidente del Colegio de Ingenieros A.G., Eduardo Arriagada, afirma que parte de la «locura que el país ha vivido» proviene de que «se ha constituido a la competencia como herramienta básica del progreso y garantía de libertad».
Agrega el señor Arriagada que ello ha debilitado «el espíritu de solidaridad necesario para enfrentar las catástrofes sísmicas que periódicamente nos asuelan».
Concuerdo en que durante los años del boom, muchos chilenos incurrieron en conductas económicas imprudentes. Estimo, asimismo, que es innegable la cuota de responsabilidad que en ello cabe a diversos errores de las autoridades gubernativas en la materia. Y supongo, en fin, que nadie negará que los efectos de lo uno y de lo otro se han visto decisivamente agravados por la peor crisis económica mundial desde los años treinta.
Sin embargo, considero que nada puede resultar más equivocado que atribuir las dificultades económicas que vivimos a que se haya convertido a la competencia en «herramienta básica del progreso y garantía de libertad», como lo sostiene el presidente del Colegio de Ingenieros A.G.
Por el contrario, creo que ése es uno de los grandes avances experimentados por Chile en el último decenio, y que debe ser resueltamente afianzado hacia el futuro.
En efecto, la única alternativa, en vez de la competencia como factor básico en la vida económica, consiste en cerrar la economía al comercio exterior y adoptar internamente medidas como las fijaciones de precios, de cuotas de producción y otros arbitrios que el país conoció y sufrió en las últimas décadas previas a 1973.
Lo anterior genera consecuencias inevitables y funestas.
Por un lado, se validan los más extremos niveles de ineficiencia productiva, con beneficio para los grupos empresariales y sindicales más influyentes, pero en claro desmedro de la gran masa consumidora.
Los acuerdos monopólicos entre productores o la obligación práctica de la autoridad que fija los precios de atenerse a los estudios de costos que ellos le presentan, hacen que los consumidores se vean forzados a comprar productos más caros y de peor calidad.
Por otro lado, la discrecionalidad de los funcionarios en el manejo de los instrumentos administrativos que remplazan a la competencia, estimula las mayores corruptelas, a través de las coimas y prebendas o persecuciones políticas a que ello da lugar.
Por último, una economía cerrada a una razonable competencia exterior, aísla al país de los progresos del resto del mundo.
Ahora bien, yendo más lejos, la competencia -debidamente regulada por la autoridad- destaca como una «herramienta básica del progreso» no sólo en la economía, sino en múltiples y varias actividades humanas, porque estimula la superación de las personas.
¿No es la competencia, acaso, una palanca decisiva del trabajo científico para adelantarse en el éxito de una investigación? ¿O en el esfuerzo de un deportista para vencer a su rival?¿O en los desvelos de un artista para sobresalir del montón y alcanzar relieves universales?
La competencia es inherente a la naturaleza humana y no se opone al espíritu solidario. La solidaridad consiste en la actitud ética de compartir los frutos del progreso que acarrea la competencia y no en la sensiblería que se emociona ante el reino de lo mediocre.
De ahí la inquietud que suscita que cuando hasta China empieza a introducir la competencia en su economía, un dirigente democratacristiano auspicie que Chile retroceda hacia el estatismo, en nombre de una solidaridad tan mal entendida.

Ercilla, 27 marzo 1985.
Jaime Guzmán: Su legado humano y político (Chile: Ercilla, 1991), 110 – 112.

No es que se un homenaje al calvo gremialista, pero es un buen ejercicio para entender por qué el gremialismo y los chicagoboys tienen puntos en común, logrando unirse en la cruzada antimarxista refundacional de Chile.
Más aún, ese extracto de Ercilla deja ver los (anti)valores que se inculcaron y que siguen estando existiendo en nuestra sociedad. Además, aquello sustenta el modo de comprender la economía chilena actual. O sea entender que la «competencia» es un elemento esencial para que los actores del mercado logres mejorar sus propuestas ante el consumidor ej: abrir el mercado nacional a la importación, pero sin que está (producto nacional) tenga ventajas frente al competidor a través a aranceles o ciertas regulaciones.
Además, es la necesidad de que quien quiera surgir en esa sociedad dictatorial debe (obligatoriamente) competir y ver al otro como «enemigo» no como un hermano ni prójimo al cual acercarse y ayudar cuando sea necesario, salvo en momentos de real necesidad, casi invitando al darwinismo social (porque ser solidario porque sí es de mediocres).
En fin, es una curiosa forma de que el pasado nos habla y nos permita apreciar la sociedad que tenemos actualmente y que fue formada por gente como él.

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