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Los militares que dijeron «NO» [Fragmento de «Chile en la hoguera. Crónica de la represión militar»] #50AñosDelGolpeMilitar

En las propias filas militares emergieron brotes de resistencia contra el golpe militar que derribó cruentamente al Gobierno de Allende, y lo ultimó a él mismo, el 11 de septiembre de 1973. Ya el 23 de agosto había renunciado a su cargo de Ministro de Defensa y Comandante en Jefe del Ejército el general Carlos Prats, principal sostenedor de Allende dentro de las fuerzas armadas. Con él presentaron su dimisión los generales Pickering y Sepúlveda Sequella, que mantenían una misma posición constitucionalista. pero ya producido el golpe mismo, luego del 11 de septiembre, o en los días inmediatamente anteriores, la resistencia interna al atentado extralegal que estaba cometiéndose se hizo más visible y heroica, y fue castigada -generalmente- con la muerte. El jefe de la agencia de noticias Prensa Latina en Santiago de Chile, el periodista Jorge Timossi, escribió un testimonio revelador sobre lo que aconteció dentro de las Fuerzas Armadas chilenas, durante y después del golpe de Estado. El siguiente es el texto de su información:
La resistencia armada civil a la Junta Militar golpista que se apropió del poder de Chile el 11 de septiembre, es un hecho que los propios fascistas admiten. Pero los generales son necesariamente más discretos cuando la resistencia proviene de sus propias filas.
En general, desde el día 10 de septiembre -24 horas antes del golpe-, durante el martes 11 y con posterioridad se registraron tres formas de resistencia militar al golpe:
1)Negativa a participar en el operativo golpista y en la represión posterior.
2) Directa sublevación contra los oficiales golpistas, con enfrentamientos armados.
3)Entrega de armas, principalmente por efectivos de carabineros, a la resistencia civil.

Una serie de hecho revelan problemas que la Junta enfrenta en sus filas y que en parte determinaron el anuncio oficial de que el estado de sitio y el toque de queda se prolongara hasta junio del año 1974 y el estado de «guerra interno» no tiene fecha de término. Los sucesos fueron revelados por testimonios de directos protagonistas y testigos o bien por publicaciones, que son voceras de la Junta militar.
En la noche del 10 al 11 de septiembre los complotados realizaron un operativo de represión interna en que se verificaron arrestos de oficiales, fusilamientos de soldados y acuartelamientos de la tropa no seleccionada. Fueron arrestados el almirante Raúl Montero, comandante en jefe de la armada; el general de aviación Alberto Bachelet y otros altos oficiales de Santiago y Valparaíso. Esta situación se reprodujo en provincias, en escala mayor y brutal, pero hasta el momento la censura y el corte de las comunicaciones, impuestos el día del putsch y con posterioridad, impiden conocer detalles precisos.
Bombardeada La Moneda y entendidos los combates en distintos puntos de Santiago, se registraron sublevaciones en los siguientes regimientos: Buin de la comuna capitalina de Conchalí; Infantería de San Bernardo; Escuela de Suboficiales de Carabineros; Coraceros de Viña del Mar; Infantería de San Felipe, donde matan al comandante, coronel Cantuarias, de quien luego la Junta dice que se suicidó.
Hay algunos datos hasta ahora imprecisos, de conatos de sublevación en unidades de las provincias sureñas de Concepción y Valdivia.
Los sucesos del día 11 en la Escuela de Suboficiales de Carabineros resultan difíciles de desmentir para la Junta: en esta unidad había 180 suboficiales al mando de alrededor de 28 oficiales. Desde el centro de operaciones golpista se ordenó al coronel Victorino Sánchez que partiera de la Escuela para sumarse a los operativos. El oficial planteó que no tenía transporte adecuado, pues sólo había en la Escuela dos de sus seis ómnibus. Este oficial luego reunió a sus subordinados y les informó la situación, sometiendo prácticamente a votación la decisión final. Se produjo un estado deliberativo que terminó con la no aceptación al golpismo y la negativa a salir de la Escuela. A las 15 horas se presentó en la unidad un emisario que traía una orden escrita del general Mendoza -una de las cuatro cabezas de la Junta- y la copia del primer bando interno del cuerpo, con la destitución de su director general, José María Sepúlveda. Los suboficiales secuestraron a este emisario, comunicaron la decisión al centro golpista y realizaron los primeros preparativos para el combate.
En este momento se produjeron los primeros contactos con civiles, fuera del recinto militar, y algunos arrestos de carabineros que se dispusieron a favor del golpe.
Entre las 17 y las 18 entraron varios civiles al recinto y, ante el rumor de esta sublevación, se materializó la solidaridad del sector poblacional cercano, que incluso aportó sacos de arena para la defensa.
Cerca de medianoche la Escuela ya estaba cercada por tropas del ejército y también de carabineros, las cuales desalojaron todo el sector poblacional, menos una casa en que vivían unas religiosas, del tipo de comunidad seglar, que se negaron a salir. La Escuela quedó sin luz y sin agua.
Cerca del mediodía del miércoles 12 las fuerzas golpistas conminaron a los suboficiales a rendirse, por medio de altoparlantes. Estos primeros llamados ofrecieron todo tipo de garantías a los sublevados, señalando únicamente que podrían retirarse tranquilamente a sus casas después que fueran dados de baja.
Pero entre las 16 y las 17 de ese día se intercambiaron los primeros disparos. En ese lapso los sublevados engrosaron algo sus filas con el aporte de algunos de sus familiares que acudieron a la Escuela dispuestos a combatir. En una corta tregua se negoció la salida de dos enfermos; un suboficial que tenía úlcera y otro con una fractura de clavícula en el hombro izquierdo, producto de un accidente en los preparativos para el combate.
A las 18 comenzó un tiroteo intermitente, que duró toda la noche. Los testigos de estas escenas afirman que en estos primeros momentos los suboficiales leales causaron muchas bajas a los golpistas. Estos decidieron entonces el empleo de tanques, y los altavoces fueron utilizados para otro tipo de conminación: esta vez la Escuela debía rendirse, con plazo de 6 horas, pero sin ningún tipo de garantías.
Entre las 9 y las 10 del jueves 13 la fuerza aérea realizó vuelos rasantes sobre el recinto y se arrojó sobre sus techos sacos de harina para identificar claramente el sitio y no errar en el disparo de sus rockets.
Al mediodía de ese jueves los suboficiales acordaron, después de un momento de discusión, que los civiles debían abandonar la plaza. Se calcula que salieron alrededor de 22, pero unos pocos se escondieron para poder seguir en el combate.
A las 13, la Escuela de Suboficiales fue bombardeada intensamente por aviones Hawker Hunter y por los cañones de tanques emplazados frente al recinto.
Pobladores y testigos hablan hoy que ese día se produjo allí una matanza. Los golpistas hicieron entrar a la Escuela, una vez vencida la resistencia, camiones de basura que transportaron a los muertos.
El siguiente es testimonio fue hecho por Luis Badilla, ex presidente de la Juventud Demócrata Cristiana, actual militante de la organizaci´ón de Izquierda Cristiana de Chile, que tuvo que asilarse en la embajada de México:
Un destacamento se sublevó en el regimiento Buin y dentro del cuartel se produjo un combate que llegó incluso al cuerpo a cuerpo. La sublevación se inició antes del día del golpe, cuando oficiales y tropa se percataron de fusilamientos sumarios realizados en la noche del día 10 contra varios de sus compañeros que se negaron a sumarse al putsch.
Las tropas leales se atrincheraron en sus barracas y comenzó un combate que durá todo el día 11, abarcando oficinas administrativas, cocinas y escaleras. Los sublevados fueron, poco a poco, desalojados de sus posiciones, y se liquidó el foco con disparos de tanques y sin intervención de la aviación.
Hoy el regimiento Buin está convertido en una especie de explanada para fusilamientos, y Badilla asegura que tanto él como pobladores cercanos al regimiento vieron, durante varios días después del golpe, la entrada de camiones con civiles y militares detenidos y luego de salida de furgones cerrados de la Dirección de Prisiones.
También Luis Badilla, en su tránsito hacia el asilo, fue testigo de los primeros dispositivos tendidos por infantes de marina contra el Regimiento Ferrrocarrileros, de Puente Alto. La sublevación en este caso, cuyos pormenores aún se desconocen , requería una técnica delicada, pues en la parte trasera de este recinto del ejercito se hallaban polvorines que podían estallar causando daños predecibles. De ahí que los golpistas decidieran, para el ataque, la utilización de un cuerpo seleccionado de la marina.
La Junta Militar se encargó, en sus primeros momentos de dar cuenta pública de «asaltos de extremistas» a comisarías y retenes de carabineros para «robar armas». Sin embargo se conoce perfectamente que por lo menos en dos casos registrados en Santiago -la comisaría de carabineros de Vitacura (Barrio Alto), y la 15a comisaría, en el centro de la capital- se produjeron combates entre efectivos leales y golpistas, los primeros ayudados o secundados por civiles.
En la revista Ercilla, de Santiago, semanario al servicio de la Junta Militar, se publicaron estos hechos, en forma minimizada: del sargento de carabineros Eduardo Schmidt Godoy, que en la provincia norteña de Antofagasta, sacó su pistola de reglamento el día del golpe y ajustició a su jefe y subjefe, antes de ser acribillado por los facciosos.
A estos datos, aún escasos, debe agregársele una buena cantidad de oficiales asilados en distintas embajadas, como existen en las representaciones de Argentina y Venezuela, más los soldados y oficiales de los que aún se desconoce su paradero.
El Hospital Psiquiátrico de Santiago también puede ser un escenario real para completar el cuadro. por lo menos se sabe que mediante una orden de la Junta se desalojaron numerosas camas con enfermos civiles para dar paso a militares con «trastornos».
La resistencia militar al golpe fascista, parece también un hecho que la Junta Militar tendrá que admitir, tarde o temprano.
Un testimonio directo sobre la resistencia militar al golpe, se encuentra en las declaraciones de un alto jefe de la fuerza aérea chilena (un comandante de escuadrilla, en realidad), que logró asilarse en la Embajada de Argentina en Chile, y que allí grabó para periodistas de la revista Crisis de Buenos Aires el siguiente relato, bajo el seudónimo de «Jorge»*
Las noticias que logré conocer indicaban que los efectivos de la Fuerza Aérea fueron formados y notificados de que tendrían que salir a las calles a combatir a los marxistas, pues existía un plan del MIR para dar muerte a miembros de las fuerzas armadas. Se les dijo que si no salían a pelear morirían por la acción de los hombres de ultraizquierda. Era la primera manifestación de lo que más tarde denominarían el Plan Z. Cuando todos los escuadrones estaban formados se advirtió que la determinación era luchar hasta derribar al gobierno marxista y los que no estuvieran de acuerdo podían decirlo desde ese mismo momento. Algunos dieron un paso al frente en señal de disconformidad. Inmediatamente fueron apresados y luego fusilados delante de los demás como una muestra de que podía esperar a los disidentes. Sin embargo, en El Bosque, base aérea al sur de Santiago se combatió con posterioridad, cuando algunos grupos, minoritarios, hicieron un frente de resistencia. No menos de doscientos efectivos murieron en esas acciones. Lógicamente que todo lo que sucedió allí no trascendió; por el contrario, fue cuidadosamente guardado para dar la imagen de una absoluta cohesión de los facciosos. Puedo decir, además, que los oficiales que no apoyaban el golpe eran muy pocos; algunos, tal vez por miedo, se plegaron a regañadientes. El gobierno y los partidos políticos que apoyaban al doctor Allende estaban convencidos de que la Fuerza Aérea no utilizaría sus aviones, pues se creía contar con un buen número de tropas leales que los inutilizarían antes de que entraran en acción. Pero era una información apenas estimativa y que no obedecía a la realidad institucional. Los políticos se hicieron muchas ilusiones con respecto a una posible división de las Fuerzas Armadas, a pesar de que la información que manejaban era en general correcta. Pero tenían una visión civil sobre asuntos militares, y eso se puede estimar un error considerable.
Nosotros, me refiero a los militares constitucionalistas, habíamos informado al gobierno y a los partidos de todo lo que sucedía en las instituciones armadas. Por lo menos un mes antes del golpe le hicimos saber al Presidente que cinco representantes de cada rama se habían reunido para delinear todo el operativo. Nosotros sabíamos, desde luego, que una vez que se pusiera en marcha el golpe no se producirían grandes fisuras hacia el interior de las fuerzas armadas, como creían algunos representantes del gobierno, que por lo mismo tenían otra evaluación de los hechos. Creo que ahí estuvo una de los grandes errores; cuando el general Prats renunció al Ministerio de Defensa y a la Comandancia en Jefe, la ofensiva golpista se tornó imparable. En realidad, era el único dique. Por eso lo atacaron con tanto encono.
Al general Pinochet, que lo sucedió al frente del ejército, lo conocí hace tres años, cuando dirigió un curso de la Academia de Guerra en Antofagasta. Allí pude darme cuenta de sus limitaciones, de sus aberrantes teorías geopolíticas. Recuerdo que me llamó la atención en forma cruda porque, según él, yo usaba el pelo algo largo. Era una estupidez, pero se fijaba en esas cosas. Puedo decir que era un hombre intelectualmente muy limitado, de formación prusiana. Gustavo Leigh, jefe de la Fuerza Aérea, era un nazi confeso. Nosotros le habíamos dicho a Allende que era un hombre peligroso, con muchas vinculaciones con el grupo «Patria y Libertad». Era, además, el ideólogo del golpe, el que le podía dar cierto rumbo. También conocí a César Mendoza, el general de Carabineros; un tipo vacilante, que se plegó al golpe a última hora, luego de decirle al presidente que permanecería leal y afrontaría todas las consecuencias. Pero era un hombre de personalidad ambigua, cambiante y prefirió, a última hora, plegarse al golpe. Del jefe de la Marina, José Toribio Merino tenía pocos antecedentes; sin embargo, por lo que sabía se trataba de un individuo pusilánime, preocupado de una retórica seudo legalista y, generalmente, poco informada sobre la situación socioeconómica del país. Me costaba pensar que serían esos hombres los que, inevitablemente, se harían cargo de Chile.
Durante los dos últimos años aumentaron los viajes y las becas a Panamá; no solo era invitado el personal de servicio activo, sino gente que había pasado al retiro. Allí, desde luego, no sólo se les daba instrucción antiguerrillera -porque ese es el pretexto- también se los instruía ideológicamente. Lo anterior se empezó a manifestar en todas las situaciones de la vida institucional; se prohibió al personal que leyera diarios de izquierda, por ejemplo, pero no se le decía nada a quienes difundían la prensa golpista o enconadamente antigobiernista. Por el contrario, mientras las publicaciones de izquierda eran estigmatizadas, las de derecha aparecían como respetables y dignas de crédito. Eso, que puede resultar un hecho nimio, reflejaba de manera concreta y palpable la vida cotidiana de las instituciones armadas y la influencia creciente que alcanzaban las tendencias golpistas, sustentadas por los hombres más adictos a Washington.
Hasta ahí el testimonio de «Jorge». Pero lo concreto es que por sobre las disensiones internas, las fuerzas armadas golpistas -con o sin inspiración estadounidense- mantuvieron su cohesión. Haría falta más tiempo para las fisuras en los institutos armados se hicieran visibles e indicaran la posibilidad de una ruptura. Por el momento, los militares tenían bajo sus dos botas, firmemente unidas, al pueblo de Chile.

* Crisis N°7, noviembre de 1973.
Camilo Taufic, Chile en la hoguera. Crónica de la represión militar (Argentina: Ediciones Corregidor, 1974), 108 – 115.

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